31.10.12

En un mundo donde la imagen domina los canales de comunicación, un mundo donde la tecnología desafía cada día a todos nuestros dones, la fantasía, según especialistas, corre ciertos riesgos de ser ubicada en la vitrina de los lindos objetos guardados con cariño. Niños que se aburren fácilmente, y el terror de sus adultos cercanos a que esto suceda no ayudan a que doña Fantasía remoce sus días. Riesgos. Todos los días nos enfrentamos a ellos, y ahí entran al juego las decisiones, que si no miramos bien cuántas tenemos a mano, corremos el riesgo de perder alguna oportunidad.¡ Y otra vez el riesgo! Inevitable por donde se lo mire. 
Es que despertar cada mañana es un riesgo que aceptamos: vivir un nuevo día.¿Con lo que venga o solo con  lo que espero? ...¿Qué espero?...¿Qué soñé para mí y mi vida?..Porque seamos sinceros, puedo aportar mi acción para que otro logre su sueño, y ahí entramos en esto de respetar a otro, pero no puedo soñar por él... porque  solo logro lo que soñé para mi vida, y desde ahí  me brindo.
Soñar. Proyectar. ¿No tiene acaso el tácito riesgo de fantasear un ápice? ¿Quién no ha iniciado un proyecto de vida "fantaseando"? Como si fantasear fuera peyorativo a la hora de realizarse.
Desde el beso en el zaguán han surgido maravillosas fantasías de pareja y sueños cristalizados en enormes familias.
 En míseros galpones surgieron enormes corporaciones que dan trabajo a miles de familias. 
En noches solitarias,  y hasta de insomnios atormentados  han surgido magníficos relatos, inolvidables personajes, sagas  trascendentales que tocaron a millones de otros soñadores en noches solitarias que, vaya a saber, cuánto de esas fantasías devoró su propio sueño para alcanzar una realidad en sus días. 
El mundo hoy le sirve en bandeja de cristal a las nuevas generaciones material con la fantasía, pareciera ya diseñada....Creer eso es un riesgo. Una opción de tantas, porque mi querido lector que estás ahí frente a esta pantalla, nada ni nadie puede darte mejor manjar que tu propia fantasía. Esa, que se nutre en aceptar  tu propio riesgo de soñar. ¡Y otra vez el riesgo metido en este artículo!...
Claudia

Dos cristalizadores de grandes fantasías terroríficas, de esas que hoy llenarán el universo de palabras en tantos cuentos de terror. Vincent Price y Pete Lorre, inolvidables. ¡A fantasear en Halloween!



El truco de Tona

Antonia ama las muñecas. Aún hoy, su cama está presidida por una rubia de plástico y cachetes colorados, que está prohibido tocar por extraños.
 Es que allá en el rancho de Las Rosas, a orilla de las vías, los cascotes y los marlos secos que quedaban  al sol tras caer de los vagones de carga , fueron sus juguetes. 
Cuando cumplió los seis años, en aquel abril tan frío, el viejo Felipe la subió junto con todos los demás hijos al carro que tiraba la Falucha, una  fiel y vieja yegua último resto del legado de la bisabuela Mansilla.
Así, Tona, como todos la llamaban, inició la aventura de crecer, porque para el viejo Felipe seis años de mantener un crío sin que trabaje era suficiente. Ahora era tiempo de generar plata.
Fueron incontables las mañanas frías que la vieron transformarse, poco a poco en una linda morocha, de mejillas rosadas, ojos pícaros y buena cintura, que acompañaba con un temperamento demasiado dócil por amor a su "mama"... y por temor al correntino Felipe, su padre.
Ella era la encargada de  las tareas de la cocina, tanto como de ir a buscar al hombre de la casa a la fonda de Vazquez, donde lo ganado por los hijos se esfumaba entre cigarros Avanti y grapas sin fin.
Criar sobrinos fue su especialidad también, esos que de padre desconocido, cayeron un día de Buenos Aires y dajaron en sus brazos,  mientras las madres limpiaban casas y enviaban la mensualidad y grandes encomiendas para todos.
Llegar a Buenos Aires no le  fue fácil,  recién pudo hacerlo cuando "mama" se cansó de las palizas del viejo, al regresar borracho de la fonda. La última paliza fue precisamente  a ella, que  casi muere por el arrebato del correntino, quien  no toleraba que algún mozo del pueblo la pretendiera, y habiendo visto Lola sufrir tanto a su hija tomó la decisión.
Una denuncia en la comisaría del pueblo con todos los detalles de la vida sufrida en tantos años, y los detalles de aquella  paliza ,  fueron suficientes para que la policía del pueblo interviniera,  no sin antes rogarle al comisario que no  suelte suelte al correntino por unos días, hasta vender todo lo que había en el rancho.
Cuando llegó la policía, el correntino no supo de qué lado le cayó el manotazo en el cuello, y de ahí al carro un suspiro demoró en reaccionar: estaba preso.

La última chapa del rancho la compró el turco Elías, buen vecino de la familia, que gustoso  pagó por ese trozo de metal,  agujereado y todo que era el pasaje a la libertad, al respeto, al fin de un agobio. Con el dinero envuelto en un pañuelo bordado con sus iniciales, Lola fue a la estación del tren y compró los boletos para Buenos Aires.

- Ya podés irte correntino.- Se escuchó al comisario, mientras abría la puerta chillona de tanto uso corrigiendo errores. 
- Eso sí, cuidate, porque no me cuesta nada traerte de nuevo en cuanto sepa que volviste a joder a tu mujer , andá- ordenó y a medida que pasaba delante de él, lo miró a los ojos y sentenció- Dale,  salí pedazo de mierda y cuidate como de mearte en la cama, oíste?
El correntino bajó la mirada y salió a la calle.
Cansado. Humillado. Sediento, y  no solo de agua.. . 
 El calor de la mañana  le ardía en la piel que llevaba varios días secándose en la comisaría, sin algo que hacer, sin algo que comer...
Pero los ojos le ardíeron  más, por el inmenso vacío que crecía a medida que se acercaba a lo que fue su rancho, allí donde ahora solo quedaban tarros vacíos, los restos de la última fogata para cocinar, trapos y maderas amontonados en el medio de la nada. Solo podía llorar, porque gritar era inútil, si  estaba solo.

-¿Qué le parece mama?- 
La Lola, miró el largo terreno que le prestaban a su hijo mayor con  la casilla de madera donde había dos piezas, una cocina, y una galería de chapas también, donde poner el brasero para que haya agua caliente todo el día.
- Está lindo m´hijo...está lindo.Gracias...-y humilde como siempre, lloró.
Así pasaron los días  Lola y los hijos más chicos, mientras Tona criaba los sobrinos.

 Villa Martelli tenía el encanto de envolver, a quienes caminaran por sus calles, en el arrullo de las máquinas textiles coreando producción las veinticuatro horas, bajo la mirada de robustos capataces.
Nunca estaba en silencio, y las veredas se pintaban de azul tres veces por día, cuando era el cambio de turno de los obreros  enfundados en sus mamelucos , y las mujeres en sus guardapolvos ceñidos a la cintura.
Fue una de esas tardes, que al pasar por la puerta de una fábrica cercana Cupido enlazó a Tona con el corazón de Gregorio, un mecánico pelirrojo y simpático, de ojos enormes y sonrisa dulce.
Jovencísimos, y valientes para su tiempo, se casaron.
Tona por fin tenía su lugar en el mundo: unl ranchito que armaron al fondo del mismo  terreno prestado a la vieja.Allí faltaba lujo pero abundaba amor, allí  conoció la ternura, el respeto, la gracia y el sueño de una linda vida.
Los días no se contaban, solo se vivían. desde temprano, cuando los tangos sonaban en la radio  antes de ir al taller, así  Goyo tarareaba, mientras comía pan con mate cocido.
Aquella mañana  Goyo,  al salir al patio miró la casita, y susurró suavemente:
 - Me salió linda...- y   miró a Tona , que venía secándose las manos en el delantal de cretona floreado. La miró  tan profundamente, que  mientras ella le sacaba una pelusa del hombro, se sintió turbada  y cuando sus ojos cruzaron el diálogo secreto de los enamorados, el silencio se volvió luz que compartieron en un beso y un “chau”...
A las once y media, cuando el puchero  estaba por  hervir, apareció Venancio el cadete del taller,corriendo por el largo pasillo y gritando:
-¡ Tona, venga!
Como si el viento la empujara, miró al chico desesperada y solo pudo decir:
-¿Qué le pasó a Goyo?- arrojando el repasador al piso se dejó llevar por ese mismo viento hasta aquel lugar de hombres engrasados, que solo había visto desde la vereda.
En ese instante también llegó la ambulancia, trayendo a dos camilleros ágiles y un médico, que al ver a Goyo con su tórax hundido aún, por aquel motor que el cricket no pudo sostener.
El silencio fue total cuando la colorada cabellera de Goyo entronó  la blanca camilla mimetizándose luego con el rojo furioso de su herida que iba dibujando la blanca sábana que lo cubría , y así elevado por los enfermeros, como si fuera el primer paso de una eterna escalera pasó delante de Tona, quien  lloraba desencajada y sumisa ante la vida misma, una vez más.
Pudo escuchar entre los quejidos de su respiración su nombre y se iluminó cuando él abrió los ojos.
 Simplemente lo vio pasar. 
En el trayecto al hospital miles de veces su mano acarició su rostro, en tanto le susurraba palabras de alivio.
Cuando llegaron, besó su frente y siguió con su mirada a la camilla hasta que se perdió  por una puerta blanca al final del frío pasillo .
Nuevamente el silencio, los recuerdos...
En ese silencio comprendió la mirada que cruzaron aquella misma mañana , esa mirada tan profunda que  guardaba el secreto de esta despedida...

 Dicen que lo real es lo único que no perdemos.
Los sesenta años que pasaron desde entonces, no pudieron con ese joven amor, que ni el dolor logró  enterrar en  su memoria,  esa misma que hoy falla tanto...
Nadie imagina cuánto sufrió entonces. 
Tampoco  nadie sabe que hoy, Tona  tiene un truco para gambetearle al olvido: cada mañana cuando despierta, se queda quietita en su cama,  y sus manos recorren sus cabellos tan blancos ya... como  prestándole sus manos a Goyo para que la acaricie,  trayéndole así el calor de  los días compartidos.
 Entonces se levanta, estira la cama, se viste  y , compitiendo con la puntualidad de  la asistente del geriátrico que quiere sorprenderla, Tona la recibe, sentada, sonriente y  dispuesta a vivir una vida linda, con su muñeca en la falda.
Claudia Shammah@





19.10.12

Menos de diez.

Cuando aún no tenía diez años,y llegaron las vacaciones de verano, mi vieja no tuvo mejor idea, en la primera tarde, que mandarme  a dormir la siesta, porque la calle era para "las chinitas vagas" solía decir.
Como en todo barrio, nunca falta  una vaga . La vaga de mi barrio, vivía enfrente de mi casa justamente, era una adolescente por entonces que, como buena vaga  se levantaba cerca del medio día, imperdonable en una muchachita  de los años setenta; y después de comer, cuando todas "las señoras de su casa" se "tiraban a descansar" un ratito de la faena cotidiana; ella empezaba su día: pasaba el trapo al piso del comedor, baldeaba la galería y llegaba hasta la vereda, que de paso manguereaba a pleno rayo de sol, luciendo su delgada figura en un bikini rayado, atrevimiento que  le costó la sentencia de "divertida" que nunca más se quitó de encima la pobre. 
Pero no baldeaba sola, todas las tardes sonaba en el combinado un disco.  El único que tenía, en realidad,  porque "La vaga" no tenía guita... Y yo, sentenciada también pero  a siestear, el primer día que lo escuché tuve el consuelo de olvidarme de la tortura mientras los temas pasaban, y cada uno más lindo que el otro.
Como mi condena  era para todos los días de la semana, iba reconociendo día tras día,lado A, lado B, ida y vuelta la magia de esa música, mientras espiaba a "la vaga" por las celosías de madera de mi ventana.
 Por eso sabía que cuando llegaba con el agua y la escoba hasta la vereda, la puerta de chapa  y vidrios a cuadritos de colores, se cerraba, entonces  la música se quedaba adentro de su casa y la calle en silencio...
No sé cuántos días viví así la siesta, o la fiesta, si se quiere. Hasta que un atardecer, sin que mi vieja me viera, mientras la vaga  callejeaba en la puerta de su casa, y yo miraba pasar gente sentada en el umbral de  la mía, le pregunté quién cantaba en el disco  que ponía para baldear. Y ella me contó. Es más, me mostró la tapa del disco. Se lamaba  HELP!. La música que me fascinaba, ahora tenía rostro y no  uno solo sino cuatro ¡Y tan lindos!
Cuando llegó abril, le pedí a mi papá de regalo para mi cumpleaños número diez un disco.
 Mi mamá  puso el grito en el cielo, no entendía qué era eso de querer discos, no entendía y tampoco quería escuchar motivos. Según ella, los discos eran "para los grandes". Pero a mi papá, le conté qué disco quería, y por qué. El turco simplemente me sonrió. 
Aún hoy recuerdo ese sábado, que  me llevó a la disquería, me ubicó frente a la batea  repleta de long plays.¡Y me dejó elegir sola!
Volví tan contenta en el Fiat 600 con mi disco en la bolsa, que no me importó que mi  mamá  despotricara cuando vio que yo ya  tenía un disco mío, aunque  el Ranser fuera de ella...
   Yo estoy convencida que mi papá siempre supo que me hizo feliz, y ese día más feliz porque me hizo el gran regalo de mi vida : la buena música, esa que hoy sigue acompañándome.
 Igualito  que él.
¡Felices primeros cincuenta años, que trajo este octubre, desde  aquel eterno estreno mis amados Beatles!
Claudia Shammah 

 .



11.10.12

Sin lugar a dudas, las palabras son el auténtico abrigo del hombre. Es más, me atrevo a decir, que las palabras se han colgado de cuanto referente en su vida tiene el hombre, y el tiempo no las logra  enmohecer, pues al contrario, cuando escuchamos una palabra que quizá usaban nuestros ancestros familiares, nos transportamos a esa instancia de nuestra vida...
Y cuántas de esas ocasiones, son el detonante del reencuentro con la calidez de nuestra propia existencia: los pibes que fuimos, los adolescentes complicados o esforzados, los novios y novias que prometimos ser. Personalmente, cuando alguien menciona una palabra que formaba parte del vocabulario familiar,  o una de esas frases que solo en casa se decían, una ternura muy especial surge y los recuerdos afloran. Es ahí, cuando tengo la certeza de que los relojes son pasibles de ser disueltos.
 Desde hace un tiempo, noto que con la música, con muchas canciones, que en definitiva son historias también, sucede lo mismo, y no es que esto sea una novedad, pero cuando esa movilización interna sucede con melodías, letras  y obras de un tiempo en que uno no andaba siquiera en andador por la vida...la inquietud es mucho más intensa.
Porque digo...¿Será que cuando  tantas melodías anteriores a que las hubiéramos escuchado con nuestros oídos, cuando la vieja lavaba en el piletón o cuando la abuela tejía carpetitas, o  aquellas obras literarias escritas siglos atrás se  familiarizan  con el alma y nos hacen vibrar, estarán contándonos que ya estuvimos por estos pagos terrenales?
 De ser así, esta vida es una magnífica nueva posibilidad para seguir disfrutando Ser, mientras leemos o tarareamos a toda voz .
A propósito de palabras que nos traen recuerdos, este tema de los 60´s tiene mucho de palabra que trae referencia de palabra...Cronopios. El grupo The Knacks es uno de los grandes referentes del rock garage que en los 60´s reunía a los adolescentes a gastar púas en sus Winco, haciendo temas propios beat, y también covers de grandes bandas beat extranjeras. Un decreto del gobierno de Onganía, prohibió la edición de música en inglés, y sus sueños parecieron quedar truncados.
...Pero, como dijo Oscar Gay "hay que soñar", sus vidas soñaron durante mucho tiempo un reencuentro, y tras muchos esfuerzos y la buena rebeldía, se volvieron a unir, desmitificando relojes, prejuicios y priorizando su amor a la música y el arte. Sin saberlo, sus temas eran en España, Japón e Italia considerados "de culto" para coleccionistas del estilo.
Desde 2008 el sueño se sigue realizando, y los cuarenta años que esperaron para continuar con aquella osadía de la adolescencia, hizo en ellos efecto como en los vinos...más sabor, más empuje y la decisión de no dejar pasar la vida, sino Vivirla. ¡Que los disfruten!

The Knacks Tema de Cronopios