21.11.10

Ninguna voz se apaga jamás.

Cuando alguien parte una de las cosas que creemos que se pierde es su voz. Es que la voz es única, vibración eterna de uno solo. Unica manifestación de cada ser humano. 
Quizá porque tiene la esencia de quien la emite, y entonces volvemos a la unicidad de las cosas, pero me refiero a esa urgencia que surge cuando un narrador  calla  y entonces...el silencio le cuenta cosas, los ojos le muestran tantas frases y tantas expresiones que al ensamblarlas con su sentir, se resiste al silencio.
Es en esas ocasiones cuando descubre que nunca podrá estar sin contar. Ese algo de profeta e historiador, en definitiva hace que cuente la vida,  vidas de tantos, cuenta los aromas y los dolores, las caricias y las traiciones, las rocas y el café, el perdón y el sexo, los pecados y nunca los pecadores. Cuenta.
El  narrador  lo cuenta todo, se deja usar por la historia y no se proteje, simplemente fluye.
Puede llegar hasta el ahogo en su silencio.
Cuando el silencio se quiebra, reconoce su voz, su vibración es distinta y es ésta quien quiebra la calma y paulatinamente se va elevando en su tono, en su intensidad y vuelve a paladear el néctar de la comunicación.
No hay chapas, no hay carteles, no hay títulos en esto, solo la sincera humildad del que sabe que narrar es entregarse, sin esperar nada a cambio.
Sí, puede parecer  utópico, pero creo que a la larga solo el humilde narrador es quien llega a...el corazón, el único y auténtico éxito a la hora de contar. Aunque muchos digan otra cosa...
Claudia Shammah