Como en todo barrio, nunca falta una vaga . La vaga de mi barrio, vivía enfrente de mi casa justamente, era una adolescente por entonces que, como buena vaga se levantaba cerca del medio día, imperdonable en una muchachita de los años setenta; y después de comer, cuando todas "las señoras de su casa" se "tiraban a descansar" un ratito de la faena cotidiana; ella empezaba su día: pasaba el trapo al piso del comedor, baldeaba la galería y llegaba hasta la vereda, que de paso manguereaba a pleno rayo de sol, luciendo su delgada figura en un bikini rayado, atrevimiento que le costó la sentencia de "divertida" que nunca más se quitó de encima la pobre.
Pero no baldeaba sola, todas las tardes sonaba en el combinado un disco. El único que tenía, en realidad, porque "La vaga" no tenía guita... Y yo, sentenciada también pero a siestear, el primer día que lo escuché tuve el consuelo de olvidarme de la tortura mientras los temas pasaban, y cada uno más lindo que el otro.
Como mi condena era para todos los días de la semana, iba reconociendo día tras día,lado A, lado B, ida y vuelta la magia de esa música, mientras espiaba a "la vaga" por las celosías de madera de mi ventana.
Por eso sabía que cuando llegaba con el agua y la escoba hasta la vereda, la puerta de chapa y vidrios a cuadritos de colores, se cerraba, entonces la música se quedaba adentro de su casa y la calle en silencio...
Como mi condena era para todos los días de la semana, iba reconociendo día tras día,lado A, lado B, ida y vuelta la magia de esa música, mientras espiaba a "la vaga" por las celosías de madera de mi ventana.
Por eso sabía que cuando llegaba con el agua y la escoba hasta la vereda, la puerta de chapa y vidrios a cuadritos de colores, se cerraba, entonces la música se quedaba adentro de su casa y la calle en silencio...
No sé cuántos días viví así la siesta, o la fiesta, si se quiere. Hasta que un atardecer, sin que mi vieja me viera, mientras la vaga callejeaba en la puerta de su casa, y yo miraba pasar gente sentada en el umbral de la mía, le pregunté quién cantaba en el disco que ponía para baldear. Y ella me contó. Es más, me mostró la tapa del disco. Se lamaba HELP!. La música que me fascinaba, ahora tenía rostro y no uno solo sino cuatro ¡Y tan lindos!
Cuando llegó abril, le pedí a mi papá de regalo para mi cumpleaños número diez un disco.
Mi mamá puso el grito en el cielo, no entendía qué era eso de querer discos, no entendía y tampoco quería escuchar motivos. Según ella, los discos eran "para los grandes". Pero a mi papá, le conté qué disco quería, y por qué. El turco simplemente me sonrió.
Aún hoy recuerdo ese sábado, que me llevó a la disquería, me ubicó frente a la batea repleta de long plays.¡Y me dejó elegir sola!
Volví tan contenta en el Fiat 600 con mi disco en la bolsa, que no me importó que mi mamá despotricara cuando vio que yo ya tenía un disco mío, aunque el Ranser fuera de ella...
Yo estoy convencida que mi papá siempre supo que me hizo feliz, y ese día más feliz porque me hizo el gran regalo de mi vida : la buena música, esa que hoy sigue acompañándome.
Igualito que él.
¡Felices primeros cincuenta años, que trajo este octubre, desde aquel eterno estreno mis amados Beatles!
Claudia Shammah
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